Artículo de opinión de Carlos León Roch
En una nación tan variada y compleja como España, los diferentes territorios que conforman su estructura física – ahora denominadas Comunidades Autónomas- presentan unos orígenes diferentes.
Algunos, como Castilla y León, o Cataluña, o el País Vasco -entre otras-tienen orígenes acrisolados por la Historia y por la Cultura.
Otros, como Madrid, “por la evidencia”. Unos, como Cataluña, el Reino de Valencia, o las islas Baleares, por poderosas influencia culturales, económicas o poblacionales. También hay los que se identifican por motivos geográficos diferenciales, caso de las Islas Canarias.
En Navarra, la Historia convulsa le proporciona motivos identitarios definidos.
El Principado de Asturias, Extremadura, La Rioja y Andalucía comparten motivo múltiples de identidad. Y las restantes, en mayor o menor medida…
…y La Comunidad Autónoma de la Región de Murcia, donde el nombre de su ciudad más poblada se expande al resto… aunque en ese “resto” figuren territorios históricamente trimilenarios, lo que le otorgarían la titularidad según asigna inútilmente la vigente Constitución; que consta con comarcas naturales perfectamente delimitadas; con actividades industriales, militares, marineras, crisol de culturas y hermanamientos. Y cuya población- como la del resto de la región- se honra de su identidad, en su inquebrantable y demostrado servicio a España.
Murcia, hermosa ciudad, otrora huertana, acumula el 70% del Presupuesto regional… quedando el 30% a repartir entre los 44 municipios restantes.
Murcia, cuyo nombre se utiliza -a conveniencia- tanto para referencia ciudadana o capitalina, como para “Provincia única” , o como para “Región de Murcia”, eludiendo habitualmente la denominación correcta: “Comunidad Autónoma de la Región de Murcia”.
Perdida la que habría sido la denominación histórica y legalmente correcta de “ Región Cartaginensa”, o similar porque “40 años de Estatuto ”también “ es Historia, la solución más ecléctica, más europea será la propuesta, de Región del Sureste, con recuerdo a Zarco Avellaneda, llorado director de la revista que llevaba ese nombre.
