Un artículo de José María García de Tuñón Aza
Escribía Arturo Pérez-Reverte hace algún tiempo en XL SEMANAL, que José Antonio Primo de Rivera era abogado, culto, viajado, hablaba inglés y francés, y además era guapo con una planta estupenda que, ante las jóvenes de derechas, y ante las no tan jóvenes, le daba un aura melancólica de héroe romántico. Pero se equivoca cuando añade que, ante los chicos de la burguesía y clase alta, de donde salió la mayor parte de los falangistas de la primera hora, lo marcaba con un encanto amistoso de clase y un aire de viril camaradería que los empujaba a seguirlo con entusiasmo y mucho más en aquella España donde los políticos tradicionales se estaban revelando tan irresponsables, oportunistas e infames.
Y digo que Pérez-Reverte se equivoca cuando escribe que la mayoría de los que se afiliaban a Falange procedían «de la burguesía y clase alta», porque era todo lo contrario, en líneas generales, como muy bien confirmaba un día, el profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla, José Antonio Parejo, autor de varios libros, cuando escribió que «Falange, sobre todo durante la República, contó en sus filas con muchos obreros y jornaleros».
Efectivamente, fueron jornaleros y pequeños agricultores falangistas los que un día se concentraron en el paraje de la Torreta, término de Orihuela, precedentes de Callosa del Segura, Rafal y otros lugares próximos, con la intención de marchar sobre Alicante para liberar a José Antonio de la cárcel y, posiblemente, de la muerte como así ocurrió desgraciadamente al final. Ninguno de ellos pertenecía a la alta burguesía. Eran casi todos humildes trabajadores del campo que perderían su vida sin haber logrado salvar la del fundador de Falange.
Era el 19 de julio de 1936 cuando desde la Torreta parten, en dos camiones, más de medio centenar de falangistas camino de Alicante con la intención de cumplir su objetivo; pero todo se frustró cuando un destacamento de guardias de asalto, con disparos de fusilería, los detuvo a todos. Inmediatamente fueron conducidos a la Comisaría de Investigación y Vigilancia y más adelante ingresarlos en el Reformatorio de Adultos, excepto cuatro heridos que serían llevados al hospital hasta que fueron dados alta, ocho días después. Seguidamente, el Juzgado dictó auto de procesamiento de todos ellos que terminarían siendo juzgados por un Tribunal Popular.
Se celebró el juicio entre los días 6 y 11 del mes de septiembre siguiente y el fiscal imputa a todos de un delito de rebelión militar por lo que, finalmente, el 11 de ese mes se impone la última pena a 52 procesados y exime de la misma a 6 por ser menores de edad. La sentencia capital se cumplió en la madrugada del día 13 siguiente. Estos hombres, la mayoría gentes humildes del campo, son lo que Pérez-Reverte ha llamado, como he dicho, «chicos de la burguesía y clase alta». Desde luego, no sabe lo que escribe porque no tiene ninguna razón.
Ya José Antonio en una intervención en el Congreso de los Diputados, el 8 de diciembre de 1935, desmontaba con su oratoria lo que ya en aquel entonces decía a qué clase pertenecían la mayoría de los falangistas: «Señores diputados, escuetamente: en la noche de anteayer han sido asesinados en Sevilla dos muchachos de la Falange. Se llamaban Eduardo Rivas y Jerónimo de la Rosa. ¿Señoritos fascistas? El uno, un modesto pintor; el otro, un humilde estudiante y empleado de ferrocarriles. ¿Se alistaron en la Falange por defender al capitalismo? ¡Qué tenían que ver ellos con el capitalismo! Si acaso padeciesen alguno de sus defectos. Se alistaron en la Falange porque se dieron cuenta de que el mundo entero está en crisis espiritual, de que se ha roto la armonía entre el destino de los hombres y el destino de las colectividades. Ellos dos no eran anarquistas; no estaban conformes en que se sacrificase el destino de la colectividad al destino del individuo; no eran partidarios de ninguna forma de Estado absorbente y total; por eso no querían que desapareciese el destino individual en el destino colectivo. Creyeron que el modo de recobrar la armonía entre los individuos y las colectividades era este conjunto de lo sindical y lo nacional que se defiende, contra mentiras, contra deformaciones, contra sorderas, en el ideario de la Falange. Y se alistaron a la Falange, y salieron hace dos noches a pegar por Sevilla los anuncios de un periódico permitido. Y cuando estaban pegando los anuncios en la pared fueron cazados a mansalva; uno quedó muerto sobre la acera, y el otro murió en el hospital pocas horas después…».
Así, pues, recomendaría a Pérez-Reverte que, para otra ocasión, anote a otras formaciones políticas donde encontrará material de sobra de burgueses y clases altas, tanto a la derecha como también a la izquierd