sábado, abril 20, 2024

“De guiri por Tailandia”

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Un artículo de Pepe Aguado

Ya sé que hoy, sábado 27 de mayo de 2023, víspera solemne de la cita electoral, vais a dedicar el día a cumplir con sumisa obediencia la obligación constitucional de reflexionar y meditar, que para eso se ha establecido esta jornada de descanso. Por esa razón, me abstengo por completo de hacer advertencias políticas y he sacado de uno de los muchos cajones que tiene el disco duro un tema que considero interesante, para, con palabras e imágenes, haceros partícipes de mis andanzas por un país que, en su conjunto, es maravilloso para el guiri. Me refiero a Tailandia.

Lo primero que me llamó la atención fue que, manteniendo sus peculiaridades culturales y tradicionales, me recordaba algunos lugares de América. Pronto descubrí la causa que tanto influía en mis sensaciones: es un país tropical, como nos demostraban la exuberante vegetación, el calor y esa impresión extraña, aunque agradable, que se nota cuando estás entre Cáncer y Capricornio.

Bangkok, su capital, es una ciudad dotada de numerosos indicios de modernidad, como demuestran los muchos rascacielos que, siempre según mi opinión, afean lo que antes se llamaba “vista panorámica” y, ahora, “skyline”.

Pero, entrando en el meollo de la cuestión, ocurre como en otras muchas ciudades del mundo: sus templos, llamados “Wat”, acaparan la atención del visitante. No voy a hablarte de ellos, porque, si te interesa, te recomiendo que te informes en Internet, mucho mejor que leyendo mis breves descripciones. Lo que sí quiero contarte es las cosas raras que encontré por allí, algunas de las cuales, de uso diario en otros tiempos, se mantienen como curiosos y lucrativos recursos turísticos. Vamos a empezar por…

El ferrocarril de Maeklong

No cabe la mínima duda de que es único en su especie, por lo que, debido a su originalidad, se ha convertido en un atractivo turístico muy frecuentado.

Hicimos este recorrido con una excursión concertada y nos llevaron para abordar a una estación, cuyo nombre no recuerdo, justo al lado del mar.

Como puedes ver en la foto, no había cristaleras ni aire acondicionado ni paneles informativos ni taquillas ni máquinas expendedoras ni Burger King. Bastaba con que tuviese lo imprescindible (un cobertizo y unos asientos) y, además, al no ser un recinto cerrado, se disfrutaba libremente de la brisa y la vista del mar.

Tras una breve espera, llegó el tren y se detuvo justo delante de nosotros, para que hiciésemos los imprescindibles ejercicios de escalada, necesarios para poder entrar en él. Estoy seguro de que, si hubiese andenes, desentonarían y la estación perdería su encanto.

El viaje fue relativamente cómodo, aunque lento y con algunos traqueteos, con los que nos integrábamos en el ambiente. Pude conseguir un asiento a lado de una ventana, lo que me permitió disfrutar sin problemas de unas vistas excelentes.

Al cabo de unos minutos, se detuvo el tren en la curiosa estación de Ked Muang y dio la casualidad de que, al parar, quedó mi ventanilla enfrente de ella, por lo que pude sacar esta panorámica de todo el edificio. Estaba dotada de cobertizo, asientos y un cartel con el nombre.

Continuamos, disfrutando de un viaje tan especial, y llegamos al plato fuerte del día: el Mercado Sobre la Vía. Es, ni más ni menos, lo que su nombre indica: un mercado en el que las mercancías están colocadas sobre la vía del tren, protegidas por unos toldos que, con la peculiar habilidad de aquellos comerciantes, se extienden y recogen en pocos segundos.

El tren, al acercarse, grita con toda la fuerza de sus pulmones, como diciendo ¡allá voy! y reduce su velocidad a mucho menos del caminar de un humano.

Oído el silbato, en muy pocos segundos, los vendedores recogen las mercaderías que se encuentran sobre la vía y pliegan los toldos, antes de que aparezca el convoy que, lentísimamente, pasa incluso por encima de algunos artículos expuestos para la venta, sin producirles ningún deterioro. Cuando ya ha pasado el último vagón, el mercado extiende sus toldos, coloca su mercancía y recupera su actividad, mientras el tren se guarece en la contigua estación de Maeklong.

El Mercado Flotante

Pero no es el de la vía el único mercado extraño que está relacionado con el medio de transporte. Tenemos también el mercado flotante, en el que, si quieres comprar algo, tienes que ir en barca.

Embarcamos en unas lanchas, que tienen un enorme y peculiar motor fuera borda, en las que disfrutamos a lo largo del río de unas vistas que para nosotros son exóticas, tanto por la vegetación tropical como por las construcciones.

Encontramos también peculiares negocios montados en unas pequeñísimas barquichuelas, como estas, en las que venden pollo frito, en una, y cerveza y refrescos, en la otra.

En cada tienda, nos esperaban los comerciantes, provistos de un gancho, para agarrar la barca y acercarla hacia ellos, sin que el posible cliente tuviese que molestarse en la incómoda maniobra de atraque.

La mercancía principal era recuerdos y ropa típica tailandesa, cuya viva policromía hacía más atractiva tan peculiar establecimiento.

Fue una de esas jornadas especiales, en la que disfrutamos de cosas insólitas que te llaman la atención y, en el fondo, deseas que perduren, incluso como patrimonio de toda la humanidad.

Ya de regreso a Bangkok, sumergidos en el tráfago de los urbanitas, sentimos profunda nostalgia por aquella jornada que, con toda lógica, considerábamos irrepetible.

El Buhda de oro macizo

Otra de nuestras visitas memorables fue el Wat Traimit, donde se expone la estatua de Buhda, hecha con 5.500 Kg. de oro macizo.

Para satisfacer tu curiosidad, ahorraré mis comentarios, para ofrecerte otros mejores, encontrados en Internet.

“La historia de este buda es digna de leyenda o serviría para el argumento de una película. Todo se remonta a los años 30, cuando junto a las orillas del Chao Phraya (el río que atraviesa Bangkok) se quiso derruir un templo en desuso. Se ve que allí se encontró un buda de yeso más bien poco agraciado en su diseño. No se plantearon destruirla, por lo que representan estas estatuas. Así que la trasladaron al Wat Traimit, un templo de poca monta, junto al barrio chino de Bangkok, a las afueras de la ciudad. La estatua estuvo casi 20 años a la intemperie bajo una simple chapa de metal para protegerla de la lluvia. No la querían destruir, pero tampoco tenía ningún valor y la dejaron abandonada como un trasto viejo.

“Años después, cuando se realizaban las obras para construir el nuevo templo, se quiso tras-ladar la estatua. La grúa que la sostenía se rompió y la estatua cayó al suelo, quedando allí durante la tormenta de la noche y fue interpretado como un mal augurio. Al día siguiente, se dieron cuenta de que el estuco se habría roto por algunas zonas, y que debajo aparecía una pintura dorada. Tras descubrir toda la estatua, descubrieron que se trataba de una estatua de oro macizo.

“Estar delante de él y pensar que estuvo durante más de 200 años oculto bajo una gruesa capa de yeso sin que nadie se acordara de lo que escondía, cuesta de creer. Parece ser, por sus formas y características, que tiene su origen en la antigua capital de Ayutthaya y que fue escondida en Bangkok para protegerla de los saqueos producidos durante la invasión birmana. Sus lóbulos de las orejas muy alargados y el ancho de sus hombros sugiere que representa a algún príncipe del antiguo reino de Tailandia.

“La estatua mide 3 metros y pesa 5,5 toneladas. Sorprende ver toda esa mole de oro macizo en un espacio relativamente poco vigilado. No te emociones: hay cámaras camufladas por todas partes, y además, dicen que no cabe por la puerta y que el edificio se construyó con ella dentro.

“El templo que lo contiene (Wat Traimit) se llama en realidad Wat Traimit Witthayaram Wora Wiharn y es realmente curioso, porque lo único que contiene en su parte superior es la estatua. Su decoración lujosa y brillante en color oro y rojo realzan la belleza del buda. Creo que deba-jo hay un museo relativo a la historia del buda, pero no está incluido en la entra da para visitar la estatua (40 THB).

“La escalinata (con la correspondiente foto del Rey de Tailandia) te lleva a la terraza superior, desde donde puedes disfrutar de unas interesantes vistas de la ciudad. Que no se te pase por alto la impresionante talla de madera hecha a mano que hay en el tercer piso.

“Si puedes, te recomiendo que vuelvas al anochecer, porque el templo se ilumina y los dorados de los techos y los azules del cielo forman una estampa bien bonita”.

De rodillas ante el Rey

Y, para terminar, lo más feo, bochornoso repugnante y asqueroso que he visto en mi vida.

En un Wat, nos resultó imposible la salida, por estar ocupada por una multitud de personas que se encontraban devotamente de rodillas.

Como no conozco en absoluto la liturgia de su religión, pensé que se trataba de un acto de devoción; pero no. La calle estaba completamente vacía de gente, sin más presencia que la de unos pocos uniformados. De pronto, empezó a pasar una caravana de coches y, tan pronto como cruzó el último, se levantaron los genuflexos.

Por extraño que parezca en pleno siglo XXI, la causa de este lamentable espectáculo era que pasaba el rey y tenían que estar de rodillas. Allí, un simple comentario que pueda desagradar a Su Majestad se castiga con quince años de cárcel. No hay más comentarios sobre el tema.

Ahora, sólo queda deciros: ¡Que ustedes lo reflexionen bien, para no marrar mañana!

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