Un artículo de Pepe Aguado
Esta locución, que hace referencia a la falta de honestidad de los comerciantes que utilizaban una más larga para comprar y otra más corta, para vender, se aplica a innumerables campos de la actividad social y, entre ellas (¿cómo no?), a la política.
En el ámbito comercial, podría considerarse que, entre la vara de vender y la de comprar, había una diferencia de varios centímetros; pero en la política o, mejor dicho, para los políticos, no es así: la diferencia está en considerar un mismo acto positivo o negativo, bueno o malo, y está marcada por cuál sea el bando que cometió los hechos y también depende del que emita su opinión.
Desde hace muchos años, he venido oyendo a esa panegirista del rojerío, llamada Cristina Almeida, cantar alabanza sobre las actividades de nuestra caótica y criminal Segunda República, que, teledirigida desde Moscú en muchas ocasiones, nos hubiese impuesto el bolchevismo, si no le hubiesen parado los pies.
Con recurrente tenacidad, la tal Dª. Cristina ponía el grito en el cielo, quejándose de que el levantamiento del 18 de julio de 1936 se había producido para derrocar un gobierno legítimo.
¡Vamos a ver! Suponiendo que suponemos la dudosa suposición de que fue un gobierno constituido legítimamente (cosa que no me atrevo a asegurar), no se puede negar que fue eminentemente criminal, con asesinatos masivos de inocentes y crudelísimas torturas en las aterradoras chekas, por lo cual, perdió completamente su legitimidad, si es que la tuvo alguna vez. Un partido criminal pierde toda su legitimidad y lo mejor que se puede hacer con él es eliminarlo por cualquier medio posible.
Y Dª. Cristina asegura también que aquel gobierno, ejemplar según ella, contaba con el apoyo de los intelectuales más destacados de la época. Tampoco es cierto. Muchos de ellos eran republicanos; pero no comunistas. Algunos de ellos se pronunciaron abiertamente contra los crímenes gubernamentales.
En el otro lado, hay nostálgicos del Franquismo que ensalzan las bondades del sistema, entre otras cosas, porque había justicia y el que la hacía la pagaba. A otro perro con ese hueso, porque las vivencias de este humilde servidor de ustedes pueden demostrar que fue todo lo contrario.
Las penurias del Franquismo de postguerra fueron transitorias y, además, no las produjo Franco, sino que fueron consecuencia de aquella terrible guerra, cuyos principales responsables fueron el Frente Popular y Largo Caballero, con una clara influencia del Soviet Supremo. Las penurias de los regímenes comunistas están producidas por el egoísmo despótico de los que se erigen como líderes salvapatrias.
La dictadura franquista murió con el dictador; las de Castro y Chávez, por ejemplo, parecen perpetuarse.
Como agua pasada no muele molino, dejémosla que fluya apacible por las vegas del pasado y quedémonos en el presente, vislumbrando las cumbres del futuro.
Si un condenado por la Justicia es de derechas, se ve sometido con saña al escarnio público; pero, si es de izquierdas, se le indulta.
Si se manifiestan por algún motivo los de derechas, es una provocación violenta; pero, si hacen los de izquierdas un escrache, es jarabe democrático para sanar esta sociedad enferma.
Si los de derechas celebran un mitin, lo hacen con intención de provocar; pero, si los de izquierdas lanzan piedras o adoquines, están defendiendo la libertad.
Cualquier palabra pronunciada por alguien de derechas puede considerarse un discurso de odio; pero cualquier insulto o bulo proferido por la izquierda es un acto en defensa de la democracia.
Un partido de derechas defiende los derechos de los homosexuales y los inmigrantes legales; pero es terrible y repugnantemente homófobo y xenófobo.
¡Esto es lo que hay! Y, encima, yo sigo siendo incapaz de comprender la razón de estos “pero”. ¡Por favor, ayudadme! Que algún preclaro intelectual de la izquierda española saque mi mente de las tinieblas.