sábado, julio 27, 2024

Quien gane el relato ganará la epidemia

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Artículo de opinión de José Vicente Pascual

Nadie echa de menos a aquella joven nórdica de gesto avinagrado que se llamaba, creo recordar, Greta Thunberg. Nadie se acuerda del drama de los refugiados que cruzan —cruzaban— el Mediterráneo en busca de una vida mejor aunque ligeramente indocumentada. De las asociaciones benéficas y ONGs marineras que los ayudaban a llegar a nuestras costas, llevamos sin noticias una temporada. De los fugitivos de la guerra de Siria que cruzaban en masa las fronteras europeas, el “wellcome refugees” y las concertinas de los muros aduaneros en Ceuta y Melilla, no hay constancia en los medios de comunicación ni parece que vaya a haberla hasta que pase el verano. Otros problemas que nos acuciaban como si el mañana inmediato dependiese de ellos, han desaparecido tras el abacadabra vírico: ¿habrá dejado de descongelarse la Antártida? ¿Siguen muriendo de calor los osos polares en el Ártico? ¿Qué fue de la capa de ozono? ¿Será verdad que en Madrid se respira ahora mejor que en Navalengua, hermoso pueblo serrano de la provincia de Ávila? ¿Es cierto que Venecia se encuentra libre de turistas y que las aguas de sus canales se han vuelto límpidas como las de una piscina municipal?

La famosa brecha salarial, o se ha cerrado o se ha hecho tan grande que ya no se la distingue en los acantilados del fin del mundo. La violencia doméstica y de género —salvo una excepción que apenas hizo ruido—, se encuentra en período de tregua. Las reivindicaciones de los colectivos lgtbi y anexos se cubren de polvo —con perdón—, en el desván de los juguetes antiguos. Las manifas de jubilados exigiendo pensiones actualizadas al IPC crían malvas en el limbo de los sueños que fueron y ya nunca serán. Los vehículos Tesla, la guerra contra el plástico, la crisis institucional en Cataluña, el concierto vasco, los impuestos al diesel, la ruina del agro y la ganadería, el precio de los alquileres, la mugre okupa y las ejecuciones hipotecarias, los recortes en sanidad y educación, la corrupción política… Todo queda en un ayer tan remoto como que hace diez días era urgente y hoy nos suena a pijada de un personal sin cosa mejor que hacer y que ya anda pesando en asuntos de más importancia, como sobrevivir por ejemplo. Primun vivere deinde filosofare, decía el clásico: primero no estar muerto o en vía de estarlo con antesala en la UCI de cualquier hospital abarrotado de compañeros de viaje; después filosofar y pensar en un mundo mucho mejor, o mucho peor, estropeado a fuerza de arreglar con ingenio humano lo que funciona por fuerza de la naturaleza. Definitivamente, el progresismo fabulario se queda sin relato, sin relación coherente de afrentas y, lo que es peor para la masa órquica y tuitera del izquierdismo locario, sin enemigo externo. El único enemigo que actúa ahora mismo con plena eficiencia y que en los próximos meses tendrá potestad monopolizadora de la inquietud colectiva —y que va a marcar sin remedio el signo de esta legislatura—, se llama Coronavirus, Covid-19 por nombre familiar. Y no seamos optimistas pero tampoco ingenuos: quien gane el relato de lo sucedido en esta espantosa crisis, sus inicios y desarrollo y resolución, habrá ganado el futuro a medio plazo.

Recela mucha gente que el gobierno actual —lo llamo gobierno porque de alguna manera hay que llamarlo—, aproveche las medidas de emergencia sanitaria y actuaciones de carácter social derivadas para “apuntarse el tanto”, como ya intenta hacerlo, y aparecer, finalmente, como “el gobierno que libró a los españoles de la epidemia y evitó una debacle económica de proporciones similares a la de 2008”. No tan deprisa. Hay dos elementos que juegan a favor de los partidos democráticos y del electorado que siente a España como una hermosa tarea común, no un campo de batalla adornado con las cabezas del enemigo. Por partes:

-Están por verse las consecuencias económicas de la pandemia y el “cierre” temporal del país. Pero una cosa parece evidente: como la aptitud y diligencia de nuestro gobierno para gestionar esa previsible situación excepcional sea parecida, aun por lo remoto, a la demostrada en estas semanas angustiosas de contagios, enfermedad y muerte, la gran mayoría de los españolas acabará por hacer lo mismo que hicieron con el infausto Zapatero y el desaparecido Rubalcaba: mandarlos una buena temporada a la oposición de la que nunca deberían haber salido.

-Aunque nuestro ínclito Pedro Sánchez haga piruetas con las orejas, aunque fuese capaz de gestionar medio-medio el cataclismo que se avecina, no deberíamos desatender al elemento emocional, a menudo más sabio que el puramente ideológico-partidista. Cada vez que su rostro aparezca en las pantallas de los televisores, en internet, en las portadas de los periódicos… ¿cuál será la reacción instintiva, la corazonada y el pellizco en el estómago de los sufridos habitantes de la plebe, o sea, de todos nosotros? No creo equivocarme: “Mira, el tío del virus”.

Y eso no es nada bueno para él. Lo que significa que puede ser buenísimo para España. 

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