Artículo de opinión de Carlos Léon Roch
Seguramente, cualquier día de Pleno en nuestro ayuntamiento de Cartagena- en aquellos lejanísimos años70- al terminar (y ¡a qué horas!), los concejales decidiríamos “tomar algo”…¡naturalmente a escote, o bajo la generosidad de algunos ”pudientes por lo personal”, ya que ninguno cobrábamos un duro (no habían euros) por nuestra labor municipal, orgullosamente satisfecha por PODER desfilar tras el Santísimo el Viernes Santo!
Iríamos, seguramente, al Gran Bar; o al Americano; o a la bodega del ”Macho!”…todos establecimientos tristemente desaparecidos. Y allí, Ginés, o Antonio, o cualquiera de aquellos amables y magníficos profesionales (también lamentablemente desaparecidos) nos preguntarían (o lo adivinarían) el pedido… Casi todos diríamos…¡unos pajaritos!
Algún amigo que nos acompañaban, de fuera, miraban extrañados, aunque alguno ya conocían los pajaritos de la bodega Lloret, en la hermana ciudad de La Unión…
Pero, bueno, aquí nos referíamos a ”otros” pajaritos; precisamente a los pajaritos que aparecían en las etiquetas de los botellines de cerveza, de 250cc , marca “El Azor”…
Disfrutábamos mucho con “ellos”( ¡no solo los del ayuntamiento!), orgullosos de una cerveza con denominación propia…y con la calidad refrendada por la gran madre El Águila”, casi exclusiva proveedora de bares, restaurante…y viviendas, en aquellos años.
Estábamos muy orgullosos de la cerveza Azor”, donde trabajaban muchos paisanos, de todos los niveles sociales… Pero no éramos los únicos dentro del ”universo Águila”, pues en la vecina Alicante disponían del ”Neblí”; y en la lejana Mérida tenían el ”pajarraco Gavilán“.
Después, “oh tempo ,oh more” llegó a la globalización, la centralización de empresas (y otras cosas), y desapareció nuestro pajarito, la altruista participación en lo municipal. Y también, la fábrica ”madre”.
En nuestra cartagenerísima -también altruista- institución de “La Real Sociedad de Amigos del País”, siempre atenta a la cultura, a la formación…y al recuerdo, hemos podido disfrutar de aquellas imágenes entrañables, y aún soñar con el silbido de aquel pequeño azor en nuestro corazón, con nuestros amigos. Sobre todo, al repetir.