“Un insigne poeta: Manuel Machado”. Un artículo de José María García de Tuñón Aza
No es la primera vez que escribo sobre este insigne poeta que nació en Sevilla en 1874, aunque su familia muy pronto se fue a vivir a Madrid; pero él se sintió siempre muy andaluz.
Manuel Machado que fue un día grande y envidiable, hoy su prestigio se encuentra un tanto decaído porque soplan otros aires. Sin embargo, en el primer tercio del siglo pasado y bastantes años más, era conocido tanto dentro como fuera del mundo de habla hispana. Quizá por eso, y adelantándose a todos escribió este poema:
¡Ay del pueblo que olvida su pasado
y a ignorar su prosapia se condena!
¡Ay del que rompa la fatal cadena
que el ayer el mañana tiene atado!
¡Ay del que sueña comenzar la Historia
y, amigo de inauditas novedades,
desoye la lección de las edades
y renuncia al poder de la memoria!
Manuel Machado comienza a colaborar diariamente desde 1919 en el diario La Libertad periódico republicano de izquierdas. En 1925 trabaja como director de Investigaciones Históricas del Ayuntamiento de Madrid, y de la biblioteca Municipal. Asimismo, colabora con su hermano Antonio en piezas teatrales, obras originales o refundiciones, y el 8 de noviembre de 1929 cosechan los hermanos Machado uno de sus mayores éxitos dramáticos estrenando la gran obra La Lola se va a los puertos protagonizada por Lola Membrives para quien fue escrita y con la que obtuvo un clamoroso triunfo en un teatro madrileño.
El día 27 de ese mismo mes se tributa en el hotel Ritz un homenaje a ambos hermanos con asistencia del general Primo de Rivera a quien acompañaba su hijo José Antonio que contaba por aquel entonces 26 años. Tiempo después el propio Manuel Machado recordaba ese día en un artículo que publicó en el ABC de Sevilla el 20 de noviembre de 1938 con las siguientes palabras: «…Fue por estos mismos días de noviembre de 1929, y fue una de las primeras, acaso la primera vez, que, aparte sus alegatos forenses, hablaba en público José Antonio. Se celebraba un suceso artístico y la magnífica sala de fiestas del hotel Ritz, de Madrid, estaba llena a rebosar de todas las aristocracias españolas: desde la de la sangre hasta la del cante hondo. La cálida palabra del joven orador, impregnada ya de un dulce misticismo y como de un aura de profecía, penetraba candente en los espíritus y captaba, irresistible, no ya el difícil entusiasmo, la emoción cordial y sincera de aquel selecto auditorio. Cuando José Antonio descendió del estrado, entre ovaciones delirantes, don Miguel Primo de Rivera se acercó a su hijo. Y, al abrazarse aquellos dos hombres, muy hombres, había también lágrimas en sus ojos…».
Durante la República los hermanos Machado no estrenan ninguna obra, pero sí escriben varias. El motivo de no haber estrenado es debido, según algunos expertos, a que «los asuntos dramáticos adquieren otro ritmo». Ambos hermanos participan en tertulias con Ricardo Baroja, Mariano García Cortés, Ricardo Calvo, el falangista Agustín de Foxá, Rafael Alberti y, posiblemente, Miguel Hernández.
Cuando estalla la guerra civil, Manuel Machado y su mujer se encontraban en Burgos y ante la imposibilidad de retornar a Madrid se instalan en una pensión «modesta, reducida, construida con tabiques de pandereta», describe el propio Machado. En la capital castellana colabora en la Oficina de Prensa y Propaganda del Estado, en la Oficina de Prensa Carlista y se reincorpora más tarde al Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, en la Comisión de Cultura de Burgos. Habla por Radio Nacional de España y Radio Castilla de Burgos.
El poeta colabora asimismo en el libro colectivo Los versos del combatiente y en la Corona de sonetos en honor de José Antonio, escribiendo en este último el siguiente soneto:
José Antonio, ¡Maestro!… ¿En qué lucero,
en qué sol, en qué estrella peregrina
montas la guardia? Cuando a la divina
bóveda miro, tu respuesta espero.
Toda belleza fue tu vida clara:
sublime entendimiento, ánimo fuerte…
Y en pleno ardor triunfal, temprana muerte,
porque la juventud no te faltará.
Se jubiló Manuel en 1943 y falleció en 1947. El entierro fue solemne y asistieron ministros, escritores y su hermano Francisco. Eulalia, su viuda, legó todos sus bienes a la Iglesia e ingresó como monja en un convento donde permaneció hasta su muerte.
Cuando me dé la mano el Ángel de mi guarda
para ir a esa región que a todos nos aguarda
sobre la eterna música me hallará adormecido
y yo abriré los ojos a un mundo conocido.
Después, de la pluma de José García Nieto saldrían estas palabras a él dedicadas: «…Cuando muere un poeta tendrían los ángeles que hacer sonar infinidad de campanas alrededor de su tendido cuerpo. Pero la música de la muerte es sólo silencio, el hondo silencio de esta hora que hacía más precisos e irreverentes mis pasos…».
Así, el que un día escribió La vida sobre la muerte, despedía a quien había sido un insigne poeta español.