jueves, noviembre 21, 2024

“Hablando de dictaduras”

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Un artículo de opinión de Pepe Aguado

España es un país tradicionalmente bipolar; pero, en vez de tener los polos en el norte y en el sur o, para entendernos mejor, arriba y abajo, tiene uno al oeste y otro, al este, lo que, también para entendernos mejor, viene a decir que uno está a la izquierda y el otro, a la derecha.

Pues sí: estamos a merced de esas dos Españas que, como profetizó Antonio Machado, nos helarían el corazón.

No voy a acercarme demasiado a ni a otra, porque mi corazón, que es ya un viejo octogenario, sigue funcionando bien y tengo que evitar que, si me aproximo a una de ellas, me lo congele; pero voy a dar rienda suelta a mis ideas y mis vivencias y que cada uno las vea como mejor le parezca.

Por mi fecha de nacimiento, he tenido la suerte de no conocer los años terribles de la guerra y mi opinión se basa en los testimonios generalizados de quienes habían sufrido pocos años antes aquella abominable situación.

Que Franco fue un dictador es una verdad indiscutible, reconocida por él mismo: un dictador de mano demasiado dura y, algunas veces, demasiado blanda. Que, como dicen los pocos nostálgicos que aún quedan, su dictadura fue justa y en ella no había corrupción, porque el que la hacía la pagaba, es una solemne mentira. ¡Que me pregunten a mí, después de haber sufrido tantas experiencias! Creo que tienen razón los que hablan mal de él; pero no puedo saber hasta qué punto.

Veamos ahora la otra cara del Franquismo. Es cierto que Franco colaboró de forma muy eficiente en el levantamiento militar del 18 de julio de 1936; pero no fue él el instigador, ya que no tomó el mando como jefe de todas las milicias nacionales hasta el 20 de septiembre, en Salamanca.

Los considerados como grandes intelectuales de la izquierda (por ejemplo, Cristina Almeida y similares) aseguran que aquel levantamiento fue un golpe de Estado contra un gobierno democrático y legítimo. Lo de democrático lo pongo en duda, conociendo las habilidades del Frente Popular; en cuanto a legítimo, tengamos presente que un gobierno criminal, por muy democrático que sea, pierde toda su legitimidad. Son evidentes e indiscutibles la salvajada de quemar conventos y los asesinatos de muchísimas personas por cometer el terrible delito de ir a misa.

El asesinato de Calvo Sotelo (pocos días después de que ese dechado de bondades y virtudes, llamado La Pasionaria, dijese refiriéndose a él “Este es tu último discurso”) fue el detonante del levantamiento.

Veamos ahora, basándome en mis vivencias y recuerdos, qué pasó después de la guerra.

No se me olvidan aquellos tiempos de miseria, cartillas de racionamiento, pan de estraperlo, el entonces famoso Puré de San Antonio y que llegaban a Madrid infinidad de cestas con comida, enviadas por los familiares de los pueblos, que vivían algo mejor; pero no mucho.

Las vacaciones de los madrileños solían consistir en una cariñosa visita a los parientes del pueblo, lógicamente a pensión completa. Hubo también muchos españoles que buscaron su bienestar emigrando.

Aquel Madrid, donde yo vivía, distaba mucho del agobiante de ahora. Los niños jugaban en medio de la calzada y, de tarde en tarde, cuando pasaba un coche, tocaba la bocina y desaparecían todos en desbandada.

Voy a dar un salto de muchos años y omitir lo que ocurría en aquella época en la que el humor popular le puso a Franco el apelativo de Paco Rana, porque iba de charco en charco inaugurando pantanos.

Ya en 1975, año de su fallecimiento, yo, un simple asalariado, iba a trabajar en mi coche, igual que casi todos mis compañeros, tenía mi televisor en color, disfrutaba de vacaciones y, para no ser menos, también tenía la carga de mi hipoteca. Los españoles habíamos alcanzado ya un nivel aceptable de bienestar.

De Franco, unos dicen que fue bueno y otros dicen que fue malo. Yo creo que fue ambas cosas, con bastante intensidad.

Veamos ahora otras dictaduras.

Cuando Fidel Castro se hizo el amo de su nación, la Cuba del indudablemente corrupto Batista era uno de los países más prósperos de América e incluso del mundo. Ahora, en contra de lo que diga el rojerío español, lo que queda es destrozo, miseria y pánico, de lo que se libran muy pocas y gloriosas excepciones. Y conste que he estado tres veces en aquella isla y, por tanto, sé muy bien lo que digo.

Los que estéis ya un poco entrados en años, recordaréis con qué ferocidad derribaron los alemanes el muro de Berlín. Los de la Alemania Democrática del Este saltaron como locos a la occidental, huyendo del maravilloso paraíso comunista: una osadía muy ansiada, que a muchos les había costado la vida. Los de la Federal los recibieron con un abrazo fraternal.

Por no extenderme demasiado, me limito a mencionar la URSS con los países sometidos al terrible Telón de Acero, Venezuela, Nicaragua, Rumanía, etc., etc., etc. He conocido algunos de esos países y puedo asegurar que, aunque ha pasado algún tiempo, todavía les duelen las cicatrices que les han quedado. Otros están recibiendo heridas todavía. Por tanto… ¡Que nadie me venga con cuentos!

Y, como despedida por hoy, quiero dejar muy claro que no soy de izquierdas ni de derechas: me limito a considerar los hechos tal como creo que son. Si piensas que estoy en un error, te agradeceré que, si puedes, me lo demuestres, para salir de él.

La situación caótica que sufrimos en España hace que muchos antifranquistas, que ansiábamos el fin de la dictadura y, con la ilusoria esperanza de una feliz democracia, nos alegramos de su caída, digamos ahora:

Franco, resucita.

España te necesita.

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