viernes, noviembre 22, 2024

“Al final, todos basura”

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Un artículo de Pepe Aguado

Como en España, país de gente brava y resistente, ha salido la moda de hacerse el quejica y dárselas de ofendidito sin causa, para demostrar que pretendo no ofender a nadie, voy a empezar hablando de mí mismo.

Mi cuerpo, no serrano, sino alcarreño, dejará de funcionar algún día que, por mi cualidad de octogenario, espero que no sea muy lejano, y, tan pronto como mis pulmones expulsen su última exhalación y mi corazón contraiga su último latido, todo él quedará convertido instantánea y automáticamente en basura. Una basura que, si no fuese porque he dejado escritas normas claras, tratarían de esconder en cualquier sitio mis allegados, porque toda basura huele mal, da asco y resulta insoportable.

Esas normas mencionadas de última voluntad son que, pretendiendo hacer un favor póstumo a la humanidad, he decidido que entreguen mi cuerpo, para que lo desmenucen en cualquier universidad.

Cuando nos cortamos el pelo o las uñas, no sentimos ningún malestar, porque son unas faneras que nos molestan o no nos gustan. Sin entrar en discusiones teológicas ni escatológicas, hemos de pensar que ocurre lo mismo, cuando el espíritu abandona un cuerpo que no necesita: está de sobra, no sirve para nada y, además, huele mal.

Me parece, por lo menos, pelín rara la frase “Aquí descansan los restos de…”. El cuerpo humano, mientras está vivo, forma parte de una “persona”, se cansa y necesita descansar; pero, en cuanto muere, se convierte en “cosa” y las cosas no pueden cansarse ni descansar.

Ya sé que estarás pensando a qué vienen todas estas elucubraciones. Ten un poco de paciencia y permíteme que te explique.

Me dirijo a los que tanto protestan por las fosas comunes, que, por cierto, las hay en los dos bandos.

¿De verdad os duelen tanto los restos de quienes fallecieron hace casi un siglo, o se deben vuestros lamentos a ese resurgir de odio que sufre, desde hace años, una España que vivía antes en paz y reconciliada?

A los seres queridos hay que recordarlos y amarlos por sus actos y sus ideas, que es lo que tiene valor y su mejor herencia, y no por su cuerpo inerte, que no sirve para nada.

A Mozart, que falleció hace 232 años, lo recordamos y admiramos por el placer que nos aporta con su música y no por sus restos mortales, que fueron a parar a una fosa común y no se sabe dónde están.

Más valdría que, en vez de derrochar dinero y energía en un pasado lamentable que no tiene solución, nos dedicásemos a mejorar un futuro, que no parece muy atractivo, no sólo para nosotros, sino para generaciones posteriores.

Tal vez haya alguien que considere que no respeto sus ideas y me dirija esa frase recurrente que me parece completamente irracional: “Respeta mis ideas, como yo respeto las tuyas”. Las ideas no son respetables. Son respetables las personas que las tienen; pero jamás las ideas.

Si todas las ideas fuesen respetables, tendríamos que acatar con benevolencia las de Hitler, Stalin, Castro, Maduro y de un larguísimo elenco de personajes y países; aunque con la bochornosa excepción de nuestro muy Amado Líder, D. Felón.

Considero una excepción a nuestro Fraudillo, porque no hay posibilidad de rebatir lo que no se conoce y tengo muy claro que sus ideas pueden suponerse; pero es imposible saber cuáles son, porque tiene obsesión por no manifestarlas.

¿Pensáis que, cuando dijo que no pactaría con Bildu, separatas ni podemitas, estaba manifestando sus ideas? Ni mucho menos. Él tenía muy pensado lo que iba a hacer; pero contó no lo que pensaba, sino lo que le interesaba que oyésemos los españoles.

Todavía ahora, a pesar de las críticas y abucheos, es incapaz de perder su propensión morbosa a mentir.

Confieso que hay unos muy pocos políticos de diversos grupos que se han granjeado mi confianza, porque creo que exponen sinceramente sus pensamientos; pero la mayoría… ¡Lagarto, lagarto!

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