Un artículo de Pepe Aguado
El mundo está saturado de ideologías, a veces absurdas y hasta nocivas, y. al mismo tiempo, las ideas auténticas de personas independientes e inteligentes no logran medrar.
Antes de avanzar en el análisis de este tema, conviene exponer qué es lo que entiendo por idea o por ideología.
La idea es el pensamiento libre de una persona que, aunque está sometida a influencias externas, las analiza, en vez de aceptarlas de forma contundente. El individuo crea libremente sus propias ideas y opta por ellas por decisión propia, siguiendo, antes de adoptarlas, el conocido proceso de “observar, comparar y deducir”, del que nacen todas sus opiniones.
Es lógico que, para la creación de una idea, tengamos que basarnos en toda una serie de influencias externas; pero, como el sabio se caracteriza porque duda y cambia de opinión en el caso de que lo requieran esas influencias externas, reconoce el aparente error, descarta sus propias ideas y adopta otras consideradas más idóneas.
Si nos fijamos en el transcurso de nuestra vida, nos daremos cuenta de que, según hemos ido evolucionando en edad y experiencia, hemos ido cambiando sucesivamente nuestra forma de pensar. ¡Pobre de aquél que se mantenga en el punto de salida y no haya experimentado este proceso evolutivo tan enriquecedor! Pueden ocurrirle dos cosas diametralmente opuestas: o es la “perfecta perfección” que se encuentra en una posición insuperable o es un indigente mental. En cambio, la persona de ideas no cree, sin averiguar, lo que le dictan, sino que piensa y llega a sus propias conclusiones.
Lamentablemente, estos cambios de ideas llegan a ser, a veces, terriblemente perniciosos, pues el proceso evolutivo también puede orientarse hacia el mal.
En resumen: el hombre de ideas piensa, observa, compara, deduce y, si lo considera oportuno, cambia, pues no suele sentirse seguro de estar en lo cierto.
¿Y qué pasa con las ideologías? Pues que ocurre todo lo contrario: el que sigue una ideología, en vez de observar, comparar y deducir para elaborar sus propias ideas, obedece y acepta las que le presentan desde las posiciones superiores del escalafón de sus ideólogos y las sigue, sin analizarlas o, dicho de una forma más dura, sin pensar. Deja en manos de otros lo que es, más que un derecho, la obligación de pensar y decidir.
Dejando a un lado las religiones cristianas que, por cierto, también pisan podio, pongamos como ejemplo de ideología extrema al musulmán que se inmola en un atentado, seguro de que, tan pronto como llegue al más allá, Dios va a poner a su disposición setenta vírgenes. Es el caso más exagerado de ideología irracional.
Lo tengo bien claro: la fe y la razón son recíprocamente excluyentes y el hombre es dueño de sus ideas y esclavo de sus ideologías.
Como yo no sigo ninguna ideología y soy hombre de ideas, no descarto la siempre “posible posibilidad” de que cambien las condiciones influyentes y algún día vote a Podemos. ¿Por qué no? Prometo solemnemente que lo haré con mucho gusto, tan pronto como me presenten un programa que me parezca el más atractivo y vea que en sus listas figuran únicamente personas muy sensatas y honestas; pero me malicio que ¡NO CAERÁ ESA BREVA!