Un artículo de Pepe Aguado
Pruebas geniales de progreso.
Siempre que escribo para los lectores, procuro hacerlo de una forma leal y amena: leal, porque la lealtad es una condición sine que non que debe tener todo el que se atreva a opinar en público; amena, porque los temas que se exponen en los medios de comunicación son no sólo aburridos, sino también, dicho con eufemismo, acongojantes.
Confieso sinceramente que yo también me aburro cuando veo un informativo, oigo la radio o leo la prensa; pero es un aburrimiento triste, casi desesperado.
De vez en cuando, se me alegra el alma, cuando recibo noticias, como que un jovencísimo chaval, llamado Carlos Alcaraz, se ha empeñado tozudamente en seguir o hasta superar los gloriosos pasos de Rafa Nadal. Altísimo está el listón; pero parece que el muchacho tiene impulso para superarlo.
También nos henchimos de satisfacción cuando vemos que un generoso Amancio Ortega ha soltado desinteresadamente un chorro de millones en beneficio de la Sanidad Pública o cualquier otra necesidad de la nación, tiene la responsabilidad de miles de empleados a su cargo y es difícil encontrar una ciudad importante donde no haya un Zara.
Y no olvidemos a Juan Roig, de Mercadona. En el año 2022, tuvo la muy considerable cantidad de 95.500 empleados. Si cada empleado diese a la empresa un beneficio ridículo de un euro diario, al cabo de un año le habría aportado un total de 34.857.500. Su riqueza no aumenta por su margen comercial, sino por el volumen inmenso de su facturación. Si redujese un poco el margen, podría entrar en pérdidas.
Pero claro: nunca llueve a gusto de todos. Nuestro siempre honesto y sensato rojerío, tan proclive al expolio impune, odia a los millonarios, por muy filántropos que sean, porque ellos (me refiero a los rojos) son los únicos que deben tener el monopolio de la riqueza. Les gustan los pobres y, por eso, donde tocan ellos van multiplicándolos como la mala hierba.
Afortunadamente, todo esto va a tener un remedio rápido, porque nuestros ínclitos y admirados ministros, ministras y ministres ya han asegurado, para consuelo nuestro, que van a crear farmacias y supermercados nacionalizados. O sea: que, para comprar medicinas y alimentos, vamos a gozar de los mimos privilegios que los habitantes de los envidiados paraísos cubano, venezolano, nicaragüense, etc. Por mucho que digan lo contrario los fachas, fascistas, franquistas y demás ralea, eso tiene dos ventajas. La primera es que, como los estantes se encuentran vacíos, se pierde muy poco tiempo en hacer la compra, y la segunda, que las comidas son parcas, por lo que se evita la obesidad mórbida.
Otro caballo de batalla de nuestros dignos mandatarios izquierdosos es la sexualidad.
Vamos a ver, padres que tenéis hijos, hijas o hijes. ¿Os habéis molestado en averiguar a cuál de los tres grupos pertenecen vuestros retoños? Seguro que os habéis fijado en ellos al nacer y habéis tirado por la calle de en medio: si tiene pilila, hijo; si tiene rajita, hija. Pero eso no es así. Gracias a nuestro Ministerio de Igualdad, que cada día consigue que sea mayor la desigualdad existente entre hombres y mujeres, se han desarrollado profundos estudios científicos que se han culminado con éxito. Ahora, gracias a la modernez, que no es lo mismo que modernidad, y a la capacidad mental y el ingente trabajo desarrollado por nuestra ministra la Irene, cualquier niña, si se le emperejila, puede nacer con dos bolitas y un pitorrillo y a la inversa: un niño puede nacer sin nada que haga bulto.
Lo deja bien claro, con su siempre sapientísima verborrea, nuestra ministra la Irene: “En realidad, la educación sexual es un derecho para todos los niños, niñas, y niñes, incluso aunque sus padres y madres no quieran que sepan que tienen esos derechos o no quieran que los tengan”.