sábado, julio 27, 2024

¿Dónde está la igualdad?

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Un artículo de Pepe Aguado

Hay palabras que alguien empezó a utilizar en tono un tanto inapropiado y hasta altisonante y, al final, han cambiado por completo su significado, con el que se usan con excesiva frecuencia.

Tenemos, como ejemplos, “Monarquía Parlamentaria”, cuya existencia puede considerarse imposible si se tiene en cuenta el verdadero significado de la palabra.

El término monarquía proviene del griego μονος (uno) y αρχειν (gobernar o tener poder), lo que nos da a entender que el poder está en manos de una sola persona. En cuanto a “parlamentario”, tenemos bien claro que es el sitio donde se parla o se habla y es el lugar donde se discuten y promulgan las leyes.

Vemos muy claro que, si se reserva al parlamento la atribución de aprobar las leyes, el monarca se ve privado de toda posibilidad de αρχειν o gobernar y tener poder. En consecuencia, la monarquía y el parlamento son incompatibles, aunque la denominación de “monarquía parlamentaria” goce de reconocimiento universal.

Oímos con mucha frecuencia llamar “prepotente” a una persona engreída, cuando el significado de esta palabra es completamente distinto.

Juan de Mena, poeta español del siglo XV y secretario de cartas latinas del rey Juan II de Castilla, se deshace en alabanzas a su monarca en su obra “El laberinto de la fortuna”, conocida también como “Las trescientas”, que empieza con este panegírico:

Al muy prepotente don Juan el segundo

Aquel con quien Júpiter tuvo tal celo

que tanta de parte le fizo del mundo

quanta a sí mesmo se fizo del çielo,

al gran rey de España, al Çésar novelo;

al que con Fortuna es bien fortunado,

aquel en quien caben virtud e reinado;

a él, la rodilla fincada por suelo.

Está claro que lo que pretende el poeta es ensalzar el poder verdadero de su rey, utilizando correctamente la palabra “prepotente”. No quiere decir que su rey sea engreído, vanidoso o despótico, sino, simplemente, el que tiene más poder.

La palabra “prepotente” tiene una etimología muy clara del latín, que la define perfectamente. Viene del prefijo “prae”, que significa “por delante”, “el primero”, y el participio activo del verbo “possum”, que significa “poder”. Por tanto, no se puede aplicar para calificar al que trata de aparentar ser el más poderoso, sino al que es poderoso de verdad.

Y ahora, algo que es no menos importante: el mal uso que se hace de la palabra “igualdad”.

Hablar de “igualdad de género” es un disparate utilizado con machaconería por nuestros egregios políticos, que lamentablemente no son capaces de darse cuenta de los muchos absurdos que cometen.

Si los hombres y las mujeres nunca fuimos iguales, ¿por qué tienen que aferrarse a esa idea absurda de igualdad?

Afortunadamente, somos diferentes en nuestro cuerpo, en nuestras emociones, en nuestras reacciones, en belleza (ellas ganan), en nuestra mentalidad, en montón de cualidades.

Fijaos en este detalle, muy significativo. Vais por la calle detrás de una pareja hombre y mujer y, si os fijáis en la cabeza, si el hombre sigue la moda de ser melenudo, es posible que no podáis distinguirlos. Si os observáis inmediatamente más abajo, tampoco; pero, al llegar a esa parte de su anatomía, que muchos califican como el lugar donde la espalda pierde su honesto nombre, os daréis cuenta de que hay una diferencia en belleza y armonía de movimientos, a favor de la mujer.

Entonces, yo me pregunto: ¿dónde coño está la igualdad, si resulta que hasta en el culo somos diferentes?

Estoy seguro de que no faltará quien, al leer ésta mi opinión, me acuse de machista, misógino y todos los improperios que se le ocurran. No soy nada de eso sino, en todo caso, un poco más sensato que todos ellos.

Siempre me mantendré en mi idea de que los hombres y las mujeres no somos iguales, sino e-qui-va-len-tes. Sí. A pesar de todas esas diferencias que podríamos decir que nos hacen hasta complementarios, no he pensado ni pensaré jamás que yo sea más que una mujer, por ser hombre, ni una mujer sea más que yo, por ser mujer.

Las personas que se encargan de cuidar mi salud en la Seguridad Social son mujeres. ¿Y qué más me da, si lo único que me interesa es que tengan un buen nivel profesional, para que este malestar de octogenario no vaya en aumento?

En cambio me repugna la absurda imposición de cuotas. No me importa que haya más … que … (ya me entendéis). Lo único que quiero es que estén las personas más capacitadas, cualquiera que sea su sexo, cosa que, por desgracia, no ocurre en la sociedad actual.

Y quede bien claro: en mi opinión, los hombres y las mujeres no hemos sido ni somos ni seremos iguales, sino equivalentes.

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